No sabes lo que te perdiste.
Sé que suena a tópico, pero joder… parece que fue ayer. Fíjate si hace tiempo ya, que muchos de los que hoy siguen el mundial, ni saben de qué va.
Sí, saben que era un piloto que murió, amigo de Valentino, con el pelo a lo afro y con pinta de simpático, pero tachado de agresivo. Y es verdad. Todo esto fue verdad. Pero Simoncelli era mucho más de lo que ellos nunca entenderán.
Marco tenía algo que muy pocos tienen, no ya en el mundial, sino en la humanidad. Simoncelli era natural. Sin más. Y eso es genial. Una de las mejores virtudes que uno puede tener. Y eso le daba una personalidad bestial, de esas que arrasan por donde van. Se le notaba hasta al andar.
Pero eso era fuera de pista. Dentro, Marco, se transformaba en algo más. Cuando se enfundaba el mono y se abrochaba el casco, se convertía en un guerrero sin igual. Muchos le tacharon de ser un piloto sucio en pista, pero eso… eso es faltar al respeto y a la verdad. Simoncelli no era un Marc. Por mucho que les guste comparar. Marco era un piloto extremadamente educado y respetuoso con sus rivales.
Es cierto que era muy agresivo, claro, y entre otras cosas, por esto nos gustaba. Pero porque siempre actuaba dentro de esas normas no escritas, las importantes, cuando se habla de carreras, evidentemente… no de telenovelas made in Pedrosa. Marco siempre ha respetado esas normas. SIEMPRE. Nunca se las ha saltado. Intachable en ese aspecto, le pese a quien le pese. Él era un piloto de carreras. Punto. Que, además, estaba peleando y plantando cara con una moto inferior a los pilotos oficiales de MotoGP, no PC. Solamente tiene UNA acción recriminable, y es esa en 250cc en recta de meta con Barberá, solo esa. Y está claro que no fue intencionada, como no lo ha sido esta de Öncu. El resto fueron lances de carrera que producen las batallas, nada más. Porque en esas épocas todavía teníamos carreras y batallas de verdad.
Simoncelli estaba predestinado a protagonizar muchas de ellas, como hacía ya con normalidad, y a levantarnos del sofá mil veces más, y a emocionarnos con sus batallas más y más, pero cuando mejor estaba… ¡zas! Se acabó la fiesta. Y aquí estamos hoy… diez años después. Y a muchos todavía nos dura la resaca. Y lo que durará. Pilotos así son imposibles de olvidar. Siempre estarán. Perdurarán.
Qué bueno fue vivirlo.
Eso es para siempre.
MotoGPito.